El rotundo triunfo de V. Putin en las elecciones en la Federación de Rusia constituye el acontecimiento más trascendente de los últimos tiempos. Si bien su triunfo era previsible, con casi un aplastante 88% de los votos con los cuales derrotó en primera vuelta a sus tres opositores internos, evidenciando la magnitud del liderazgo indiscutible que ha sabido edificar. El nacionalismo de carácter patriótico, que Putin siempre cultivó, se exacerbó por la política de cerco contra Rusia que EEUU promovió desde el fin de la Segunda Guerra Mundial a través de la OTAN, con la excusa de la guerra fría y el peligro del comunismo. La recuperación del orgullo nacional, dañado tras la caída de la URSS y el desastre que el capitalismo de corrupción que Yeltsin instauró, se consolidó con su éxito al frente de la guerra con Ucrania. Pero más que derrotar a sus tres oponentes internos, Putin, con éste triunfo electoral, ha propinado una derrota a los dirigentes occidentales, y en particular a los norteamericanos, que apenas comenzada la guerra en Ucrania preveían, y propiciaban su desprestigio interno y la caída de su popularidad, desgastado por el boicot económico decretado por los EEUU y seguido por los gobiernos europeos arrastrados por la OTAN.                  

Los norteamericanos soñaban rebeliones internas antiputin ante la debacle provocada por el esfuerzo bélico y el boicot que impide que los europeos accedan al petróleo y gas ruso y los productos agropecuarios. Pero Rusia amplios sus acuerdos económicos con los países por fuera de los condicionados por EEUU, inclinado sobre Asia, su pertenencia a los BRICS y su estrecha alianza con China. Ahora es visible que era un sueño el de los norteamericanos: la economía rusa florece y se diversifica, empeora Europa y se ralentiza la llamada locomotora industrial de Europa, Alemania, mientras mejora el estándar de vida de los rusos y crece incontenible la popularidad de Putin. El sueño se convirtió en pesadilla.                        

Este fracaso se proyecta sobre el decaído espíritu occidental de la guerra y seguramente a pesar de los más de mil observadores extranjeros que supervisaron la limpieza de los comicios en Rusia, la campaña de los medios hegemónicos se tornará abrumadora denunciando fraudes y toda clase de fantasías.            

Hoy el Diario La Nación es una muestra de por dónde marchará la derecha controlada por norteamericanos y británicos. Su talón de Aquiles pasa por los resultados militares ya inocultables. Al abordar la cuestión militar se evidencia que la intención norteamericana de “tercerizar” la guerra tiene serias limitaciones: Ucrania es un país de una dimensión militar, tecnológica y económicamente mucho más pequeña que Rusia, sobre todo visible en un conflicto militar prolongado y eso no es fácil compensarlo con inyectar fondos y armas desde afuera. Y se evidencian a pleno las cuestiones estructurales: mientras el capitalismo de la globalización neoliberal está en decadencia, la multipolaridad traza un mundo de nuevos acuerdos, compromisos y relaciones. Además EEUU, al recurrir a la OTAN, también intenta suplantar su papel de primer interesado en derrotar a los rusos por la participación europea y lo logra a medias y a veces a regañadientes. Claro, como lo ha planteado Putin una intervención europea más directa, como por ejemplo la recurrencia a la aviación, tendrá una respuesta más contundente. ¿el uso de armas nucleares? Pero por sobre todas estas cosas el plan norteamericano es inutilizar al principal enemigo suyo que es China, inutilizando a su principal aliado. ¿Y hasta dónde China puede permitir el debilitamiento eventual de Rusia, que sería su propio debilitamiento? Por eso decimos que EEUU está jugando con fuego pero no sólo pueden quemarse sino que se queme la humanidad toda. Esta situación geopolítica nos involucra a todos y no nos podemos ni hacer los distraídos ni evadir responsabilidades.                             

Pero coloca a los conductores de la guerra en una opción extremadamente delicada: o reconocer el fracaso occidental de la estrategia bélica, la imposibilidad que Zelensky pueda salvar a Ucrania de la derrota militar a pesar de todos los dólares y euros puestos, fracaso expresado ya antes en lo económico con la crisis recesiva en Europa y ahora en lo político con el triunfo de Putin, y comenzar un proceso realista de negociaciones de paz o por el contrario escalar la guerra. La peligrosidad irresponsable del segundo camino, que observa las negociaciones como una derrota y una humillación, se viene manifestando ya en la virulencia del discurso antichino que ha provocado que el gigante asiático haya comenzado a elevar también la agresividad de sus respuestas. Las cosas se han puesto extremadamente tensas.

En síntesis, la reelección de Putin es una batalla dentro de la guerra geopolítica que se está desenvolviendo: es una derrota norteamericana y de la OTAN y un triunfo de Rusia y de China. Tampoco los EEUU se escapan a quedar involucrados en la dialéctica de la guerra y la política: se acercan las elecciones norteamericanas dónde es posible que se dirima en un duelo entre Trump y Biden en medio del transcurso de esta guerra de Ucrania y el genocidio de Gaza. Es un tema crucial y las opiniones de ambos están marcadas por el desarrollo de la violencia en ambos escenarios. Es la continuación de la guerra por medio de la política. Esperemos que la política pueda impedir la escalada de la guerra.