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¿Qué hará Berlín con Beijing?

Nestor Gorojovsky *

Publicado: lunes, 07 noviembre 2022

Atrapada entre la pérdida de competitividad industrial debida al encarecimiento de sus fuentes de energía y el cierre de los mercados de la Federación Rusa por imposición de Estados Unidos, es muy probable que la burguesía imperialista alemana, que empieza a descubrir tras el atentado a los ductos submarinos del Nord Stream quién está detrás de las explosiones y a quién busca perjudicar, se haya dado cuenta hace tiempo de lo mismo que el 40% de los alemanes, según recientes encuestas de opinión, está creyendo: que la guerra en Ucrania fue provocada por la OTAN. Es muy probable que ese porcentaje supere pronto el 50 y empiece a acercarse al 60.

Los mercados financieros internacionales -la «víscera más sensible» de cualquier burguesía imperialista- dieron quizás la más clara de las señales: la caída del euro frente al dólar es un indicio clarísimo de dónde conviene a los inversores poner su dinero en las circunstancias de la guerra -que Estados Unidos prefiere prolongada- entre la Federación Rusa y Ucrania (en realidad emtre la Federación Rusa la OTAN, que usa a Ucrania como campo de operaciones y provisión de carne de cañón).

Tres guerras mundiales

Estamos viviendo, en realidad, una Tercera Guerra Mundial. No se nota tanto porque con la guerra de sanciones y el conflicto armado por procuración a través del régimen de Kiev, el imparable ingenio humano ha logrado inventar una forma de confrontación total entre grandes potencias nucleares que en principìo no debería llegar a convertirse en el holocausto terminal de la humanidad.

Hasta cierto punto, es de esperar que el canal de conversaciones que existe entre Moscú y Washington esté actuando como un mecanismo para mantener firmes las riendas al potro termonuclear.

Pero en esta guerra hay una «anomalía»: en las dos guerras mundiales anteriores, Alemania fue protagonista principal. Esta vez, parece ser la víctima por procuración que Estados Unidos quiere aplastar.

Alemania I

En la conflagración de 1914-1918, que pivoteó la redistribución del endeble equilibrio colonial surgido del Congreso de Viena de 1884, el Imperio Alemán se vio obligado por el acuerdo anglofrancés de la Entente Cordiale (que puso fin a la histórica rivalidad y enemistad entre Francia e Inglaterra, cuyas raíces se hunden en el siglo XV y la Guerra de los Cien Años) a tratar de imponer por la vía de las armas su derecho a ser un país imperialista a la altura de su propio desarrollo capitalista industrial.

Fue derrotada, y sufrió un trato especialmente humillante. Las condiciones del tratado de Versalles le erizaron el pelo de la nuca al mismísimo negociador británico John Maynard Keynes, y dos décadas después la llegada de Hitler al poder indicó el modo en que había sufrido esa inicua rendición incondicional el pueblo alemán. Como bien supo escribir en su momento Jorge Abelardo Ramos, Hitler fue el Tratado de Versalles leído por Alemania, cuyo «vientre reseco» no podía producir nada mejor.

Keynes había culpado por el tratado a la codicia famélica y vengativa del estadista francés Georges Clemenceau (típica ironía inglesa, ésa de culpar al socio por las consecuencias de una Entente que Londres había propuesto a París). Mucho más preciso y acertado había sido  el «todos hemos sido responsables» dirigido en protesta a las demás delegaciones por los negociadores alemanes cuando supieron que el primer punto a aceptar era la total y plena responsabilidad alemana por la conflagración.

Alemania II

En la guerra de 1939 a 1945, Alemania no tuvo demasiados problemas en aceptar la responsabilidad por el inicio de las operaciones bélicas. Se declaró «agredida» por Polonia, sí, pero había aprendido que si era derrotada, debería cargar con la culpa por la masacre gracias la maquinaria de propaganda de sus contendientes.

Esa maquinaria, hoy, es la misma de la OTAN, que está muy lejos de haber nacido con Trump y las fake news, y a la cual la justamente denostada propaganda goebbelsiana apenas si podía imitar pálidamente.

Isaac Deutscher, el marxista polaco exiliado en Londres y biógrafo de Stalin y Trotsky, hizo notar ya en los años 50 del siglo pasado la enervante equivalencia entre los métodos de manipulación de masas del Estado omnipotente en la novela de George Orwell «1984» con lo que había podido percibir él, polaco exilado en Londres, durante la movilización británica de guerra contra la Alemania hitleriana.

Cabe agregar que Deutscher hizo la comparación en el momento más duro de la Guerra Fría, cuando el «sentido común» impuesto por Occidente indicaba como una obviedad que ese Estado totalitario correspondía al de los países comunistas. Quizás -dicho sea de paso y porque, como veremos después, viene a cuento- haya sido por esa franqueza digna de un Rodolfo Walsh que el marxista independiente Deutscher jamás obtuviera una cátedra universitaria como la que desde Oxford condecoró al luego reconstituido stalinista Eric Hobsbawm.

El Oriente siempre

Tanto en la primera como en la segunda guerra mundial, los Estados europeos ubicados al Este de la Alemania de Weimar, Austria e Italia eran en el mejor de los casos aliados muy menores de alguna de las grandes potencias en conflicto.

Y en el peor, su territorio y población constituía parte del botín a ser acaparado. Lo último es más válido aún, por supuesto, para el resto de la gran unidad territorial euroasiática (excepción sea hecha de Japón, que ya en 1905 se había mostrado tan criminal y expansionista como sus modelos occidentales, ganándose desde ese entonces el derecho a ser considerado por éstos parte integral de la «comunidad internacional»).

Es decir, las dos primeras guerras mundiales fueron ante todo guerras de las grandes potencias de Occidente para dirimir cómo se repartían el Oriente, incluida buena parte de los dos grandes enfermos europeos, el Imperio Otomano y el Imperio Zarista.

¿Sigue siendo así?

Creemos que no. Y aquí está la clave del drama que vive hoy el pueblo ucraniano… y también la clave de lo que bien puede estar a punto de ocurrir entre Beijing y Berlín.

Revoluciones y herencias

Una de las consecuencias indeseadas de la Primera Guerra Mundial fue la Revolución Rusa de Octubre de 1917. Mucho puede decirse sobre este magnífico aunque fallido primer intento de la humanidad de tomar por asalto la igualdad plena entre los seres humanos, como camino para pasar del «reino de la necesidad» al «reino de la libertad». Tanta audacia será siempre una gloria que nadie podrá quitar a los pueblos del imperio de los zares. Por alrededor de cinco años la hegemonía global del modo de producción capitalista devenido régimen imperialista en el último cuarto del siglo XIX estuvo en vilo.

Pero finalmente la ola revolucionaria mundial de la que los revolucionarios rusos (Lenin y Trotsky en primer lugar) sólo esperaban ser una chispa inicial no se produjo. Las burguesías imperialistas lograron afianzarse en sus países y sometieron a la Rusia Roja a un bloqueo monstruoso, que la forzó a volcarse sobre sí misma para sobrevivir (crearon de pasada las condiciones de surgimiento del fascismo y del nacional socialismo, y no sólo en Italia y Alemania sino en toda Europa Centro Oriental, pero eso sería considerado un «daño colateral» hasta que tuvieron que responder al nuevo desafío alemán).

Aislada del resto del mundo, la Unión Soviética pagó la insolencia de haber pretendido llegar al socialismo y revolucionar a la humanidad entera (o al menos a la Europa destrozada en la Primera Guerra Mundial): la convirtieron en un presidio que, al menos en la intención de quienes lo bloquearon, equivalía en más de un sentido a lo que vemos hoy en la Franja de Gaza: una cárcel inmensa a cielo abierto.

El Oriente insumiso

Bajo esas condiciones, tanto la voluntad revolucionaria como la dedicación de las masas, así como la inmensa dotación de recursos naturales del gigantesco país, fueron las bases sobre las cuales, al costo inmenso de establecer sobre sí mismo un régimen brutal de bonapartismo burocrático, el estado soviético sobrevivió, deformado y contrahecho, pero vivo, contra todas las esperanzas de quienes la habían aislado.

No sólo sobrevivió. No hubo manera de carnearlo para repartir los trozos entre los antiguos aliados, así como éstos se habían repartido los del otro Estado enfermo de Europa, el Imperio Otomano. Y además los métodos socialistas de planificación económica le permitieron convertirse en un enorme país moderno y afrontar durante largas décadas el asedio y la desestabilización permanente que sufrió desde Occidente.

A tal punto fue así que al terminar la Segunda Guerra Mundial la URSS y los EE.UU. pasaron a ser las únicas grandes potencias mundiales. Alemania jamás retomaría esa posición.

Más aún: el ejemplo ruso disparó otra gran revolución socialista, la china, cuyos frutos vemos hoy. China se está convirtiendo en la nueva candidata a hegemonizar la escena mundial, y Alemania ya no representa una amenaza para sus socios del Occidente burgués.

¿O quizás sí?

Alemania como víctima

La burguesía imperialista de Alemania ya no puede aspirar (ni aspira) a expandirse territorialmente sobre el Este. La caída de la URSS le resolvió, en apariencia, el problema de tener un gigante comunista prácticamente a las puertas. La unificación alemana y la deriva de las antiguas Repúblicas Populares de Europa Centro Oriental hacia diversas formas de capitalismo le ofrecieron un amplio campo de -simultáneamente- saqueo y capitalización.

Todo esto reconstruyó en favor de Berlín los equilibrios internos del viejo Mercado Común Europeo y la Comunidad Económica Europea, antecedentes de la actual Unión Europea. La aparición del Euro y el control casi total de las finanzas alemanas sobre el Banco Central Europeo señalaron quién iba a ser, esta vez por medios pacíficos, el verdadero eje de la unificación europea.

Pero esa unificación, violenta y exitosa hasta en la imposición de una derrota estrepitosa al pueblo griego a través de mecanismos financieros ya usados sobre Alemania Oriental,  terminó convirtiéndose en un peligro para los Estados Unidos. Éstos, que no quieren que el dólar compita con el euro como moneda global, tampoco quieren que la tan trabajada expansión de la Unión Europea hacia el Este se salga de la prisión que supieron tender sobre toda Europa cuando fundaron la OTAN.

La OTAN y la Unión Europea

Por más que la expansión económica alemana sobre el Este de Europa fue, efectivamente, un gran avance para la burguesía imperialista germana, al mismo tiempo la acompañó, como la sombra al cuerpo, la expansión de la OTAN.

Y la OTAN, huelga decirlo, es desde su inicio una fuerza vicaria de los Estados Unidos. No por nada, en un típicamente galo arranque de patriotismo, a partir de 1966 el General De Gaulle hizo lo imposible por poner en caja a la alianza angloestadounidense en esa organización y durante mucho tiempo Francia fue un país ajeno a la alianza a todos los fines prácticos (salvo la lucha contra la Rusia comunista).

Es decir, nada de lo que ocurra en Europa es ajeno a la OTAN, aunque no sea Europa sino Estados Unidos quien controla la OTAN.

Finalmente, Alemania otra vez

Y aquí está el problema. Alemania, que hoy tal como a fines de la Segunda Guerra Mundial no integra el acuerdo de información secreta entre Estados Unidos, Francia y el Reino Unido, ha sido objeto especial en su carácter de núcleo real de la unidad europea de operaciones de espionaje -y de todo tipo- brotadas desde Washington y Londres (las escuchas a Angela Merkel fueron quizás el más grosero de esos fisgoneos).

Mas admitamos que bien merecido lo tuvo Angela: en reciprocidad quizás a ese destrato permanente, Alemania (que está virtualmente tachonada de bases de la OTAN, es decir estadounidenses) entendió muy bien que si quería unificar Europa debía hacerlo a partir de una alianza con Rusia y con China, exactamente lo contrario a los deseos y necesidades de Estados Unidos.

Hace largas décadas ya que toda la industria alemana compite exitosamente en el mercado mundial (y en primer lugar en el europeo) gracias a la energía barata que le provee (¿proveía?) la hoy Federación Rusa. Fue perfectamente natural que la naciente gran potencia china, que ya funciona en relación a Rusia como la doble hélice de una molécula de ADN, entendiera que su decisión de abrirse cada vez más hacia Eurasia y el Atlántico debía hacer eje en la integración con Alemania a través de Rusia.

Y fue, por lo tanto, perfectamente natural que los Estados Unidos, que hasta este momento venían utilizando a la OTAN como gendarme atlantista general en África del Norte o en Europa Oriental (pensemos en Libia o Yugoslavia), hayan decidido ahora usarla contra la Unión Europea: una alianza entre Alemania, Rusia y China es el tañido final de las campanas que tocan a muerto para su hegemonía global.

¿Cómo se dice en alemán «Zafar de la trampa?»

La guerra de Ucrania contra la Federación Rusa fue el mecanismo que eligió Estados Unidos para atacar por elevación a la Unión Europea, que se venía acercando excesivamente a Beijing y Moscú para las conveniencias del eje anglosajón. Si el Brexit fue el prólogo que le garantizó a Washington una cabecera transatlántica, la guerra en las estepas del Mar Negro es el primer capítulo del episodio bélico con el que pretende impedir cualquier independencia del resto de Europa (sí, el Reino Unido es Europa aunque no le guste).

Al forzar a todos los países europeos a una Santa Alianza antirrusa (sobre la cual habrá que hablar en otra oportunidad) Estados Unidos los obliga a romper con una de las ramas paralelas de la doble hélice euroasiática en que ya se mueven Rusia y China. Dado que la expansión hacia el Este de la Unión Europea (es decir, de Alemania y otros) también incluía a Ucrania (y como presa muy codiciada por las riquezas que contiene y la alta calificación de su desde 1991 menguante y miserabilizada población), la exigencia rusa de que el país fuera neutral y ajeno a la OTAN se convirtió en un obstáculo para la plena presencia del imperialismo europeo en el área regida desde Kiev.

Hubo múltiples intentos tanto de Rusia como del eje francoalemán para resolver la ecuación por vía diplomática; los acuerdos de Minsk I y Minsk II fueron los más notorios, pero a pocos días del inicio de la guerra Rusia destacó que no tenía ningún inconveniente en que Ucrania se sumara a la Unión Europea, pero no a la OTAN.

Estados Unidos hizo entonces imposible la posición del gobierno ruso al alentar a Kiev a lanzar una guerra total contra las repúblicas de Donetsk y Lugansk que Moscú apoyaba. Y así logró empujar a Rusia a lo que estrictamente es una operación de policía militar antinazi (autorizada por la Carta de la ONU) para protegerse de la perspectiva de que se instalaran misiles balísticos con potencial nuclear a escasos segundos de sus grandes urbes en Rusia europea. Pero que las burguesías imperialistas de Europa presentaron inmediatamente a su población como un ataque del que ella sería posteriormente la víctima propiciatoria.

Las consecuencias, ahora que se acerca el invierno, empiezan a aparecer cada vez más claras, y en especial para Alemania, donde las isotermas menores a 0ºC de temperatura media en invierno ocupan un territorio demasiado importante como para despreocuparse de ellas. También, sin embargo, se notan en la estrepitosa pérdida de competitividad de la industria alemana. Y esto es peor aún, porque es independiente de cualquier isoterma.

¿Cómo zafamos?

Y es precisamente en este panorama desolador para la industria y la economía germana que, reveló hoy en su cuenta Telegram el muy bien informado analista internacional Pepe Escobar, citando «fuentes empresariales alemanas», que el primer ministro socialdemócrata de Alemania «Helmut Scholz se dirigirá a China para llegar a un acuerdo de paz con Rusia a través de Beijing».

Escobar hace notar que hasta el atentado contra los Nord Stream Moscú y Berlín habían mantenido canales secretos de comunicación, y ahora «Scholz puede estar intentando iniciar un proceso de sustitución de Estados Unidos por China como aliado. No hay que olvidar que la principal terminal de comercio/conectividad de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI) en la UE es Alemania (la cuenca del Ruhr)».

Agrega además que Scholz va a Beijing acompañado por los verdaderos dueños de Alemania, los «industriales alemanes que … no van a quedarse sentados viendo cómo se los destruye». Termina señalando que otra de sus fuentes le indicó que «si este esfuerzo tiene éxito, entonces Alemania (UE), China y Rusia pueden aliarse y expulsar a EE.UU. de Europa».

O sea: al final, Alemania bien puede ser otra vez un participante clave del ajedrez mundial. Volviendo al título: ¿Qué hará Berlín con Beijing?

O quizás mejor, ¿qué hará Beijing con Berlín? Lo ayudará a zafar de la trampa?

* Periodista, geógrafo, analista internacional.

2 Comentarios

  1. Avatar

    Importantísimo artículo, clave para comprender la naturaleza de la guerra europea actual. Gorojovsky va mucho más lejos que la mayoria de lls analistas geopoliticos actuales. Estos afirman que en la confrontación con Rusia la OTAN le sirve a EEUU para arrastrar a la mayoría de Europa trás sus objetivos estrategicos en un mundo aún bipolar. Néstor afirma que es el debilitamiento de Europa y principalmente de Alemania el objetivo de esta guerra prolongada (y no precisamente al modo maoista). Una suerte de segundo Brexit. Si con el primero anexo al Reino Unido a su patio con este segundo anexa a la cuasi entera Europa. Amén de desarticular (en caso de vencer) a Rusia y volver a malograr a la Alemania ahora reunificada. Excelente pieza la de Gorojovsky en el tablero geopolitico que diseña Cuadernos de Bitácora.

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